dimanche 16 novembre 2008

Darío Oses comenta "El Libro de Carmen"

Soy incapaz de calificar objetivamente a un libro de malo, regular o bueno. Apenas puedo decir, muy subjetivamente, que un libro me resulta interesante cuando me provoca, es decir, cuando yo como lector encuentro en él grandes afinidades o grandes desaveniencias. Y en este libro encontré las dos cosas.

Empecemos por las afinidades. Siempre he pensado que hay que denunciar una de las grandes estafas que nos venden a través de las canciones populares, las teleseries, los comerciales, los folletines y otros relatos mediáticos: la del amor, es decir de la coincidencia de dos personas que en su encuentro hallan la dicha plena, la felicidad definitiva.

Dice la autora: “Cuando se tiene veinte años todas las historias de amor se anuncian bellas, es como una evidencia”. Y luego: “Carmen tenía una singular capacidad para enamorarse y una aptitud mayor para levantarse y recomenzar luego de las decepciones a las que conducía su legendaria ingenuidad.”

Sí, desde luego hay que ser muy ingenuo para enamorarse, y de un candor patológico para reincidir en el enamoramiento después de las decepciones. Y esto es, en alguna medida lo que le pasa a Carmen protagonista de este libro. Sólo después de muchos desastres logra convencerse de que el encuentro amoroso de un hombre y una mujer no produce nada parecido a una novela rosa sino más bien escenas propias del relato de terror.

La autora nos presenta el amor como un engaño y advierte: “…existen circunstancias atenuantes que predisponen a dejarse engañar. Por lo demás a la mayoría de las mujeres les sobran las circunstancias atenuantes…” Más adelante habla de la compasión que ella misma, es decir la autora, siente “por las ingenuas que siguen poblando este mundo. Rechazarles esta mínima ilusión sería un acto de crueldad completamente inútil.”

Aparece aquí en esta novela la figura del seductor. Es un personaje universal. Está en las muchas versiones que se han hecho de don Juan Tenorio, el hombre que seduce por deporte o para poner a prueba una y otra vez su propia capacidad de seductor. Y uno de los recursos que el seductor tiene es su capacidad de manipular la ingenuidad de la víctima. Escribe la autora: “Él le hablaba de todo aquello que soñaba oír, todo cuanto cualquier mujer soñaría escuchar”…Éste es un viejo recurso, manoseado y archiconocido, que sigue dando resultado porque en realidad lo que hay aquí es una colusión perversa: el seductor engaña a una mujer que quiere ser engañada y colabora con el engaño. Cuenta mentiras que la engañada sabe que son mentiras, pero quiere creerlas.

Como todos los don Juanes, el de esta novela, que se llama Sandro, una vez consumada la seducción pierde interés en la víctima y pasa a despreciarla. Comenta con sus amigos: “.. jamás había conocido a una tontona tan estúpida, tan ingenua”, y la despacha.

De lo que hablamos aquí es del amor romántico, del amor como envolvimiento afectivo total, que prodiga y exige fidelidad total. Lo sorprendente es que muchas mujeres y también hombres sigan creyendo en algo tan anacrónico, tan añejo y apolillado.

Este tipo de amor es una invención de los trovadores provenzales del siglo XII. Es una construcción cultural que podría y debería derogarse. La literatura de todos los tiempos nos advierte que nada bueno se puede esperar del amor. Las historias de amor paradigmáticas, Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, terminan en muerte. Las heroínas apasionadas de la novela del siglo XIX, Emma Bovary, Ana Karenina, se suicidan. Uno de nuestros trovadores modernos, Desiderio Arenas, nos advierte:

las historias de amor
son lo más triste que existe.
Las historias de amor
En general terminan mal.

Pero las ingenuas, como Carmen, siguen creyéndose el cuento, hasta que alguien viene a sacarla del error y en este caso es el mismo Sandro, al que yo veo como un personaje luciferino que ejerce la maldad, pero no gratuitamente, sino como una forma de revelarles a los ingenuos la monstruosidad del mundo real.

Esta monstruosidad se revela con el movimiento que me parece más interesante de este libro: la transposición del engaño y del abuso desde el plano íntimo y privado del amor hacia el ámbito público y político. Los mismos recursos que había usado el seductor para humillar a Carmen, los usa una pareja de torturadores contra presos y especialmente presas políticas. La agresión del seductor pasa a ser la del torturador. La manifestación más brutal del orden patriarcal en Chile, que fue el gobierno de Pinochet se dirige contra el cuerpo de la patria o de la matria.

Ahora voy a hablar de mis desacuerdos.

Estos se produjeron en cuanto empecé a leer la historia de Carmen, que inicialmente aparece como una mujer golpeada por el padre, privada de anticonceptivos por un médico varón, y violada sin violencia por un seductor anónimo. El libro reproduce un discurso feminista muy convencional: la mujer, esencialmente buena, aparece en estas primeras páginas como una víctima inocente del hombre, malo.

Me parece que esto simplifica una realidad en la que todos, mujeres y hombres, somos víctimas y también cómplices de un orden patriarcal jerarquizado, competitivo, consumista, despiadado, que usa y abusa de la violencia represiva. El problema es que el acceso de la mujer a posiciones de poder no ha cambiado sustancialmente esta situación. No basta con poner a mujeres como presidentas de la república para cambiar el orden patriarcal. De hecho siempre ha habido mujeres en el poder. Lucía Hiriart tuvo mucho más poder del que tiene Michelle Bachelet y eso no mejoró las cosas.

Afortunadamente este alegato feminista adquiere ciertos matices a medida que avanza la novela, y aparecen hombres sensibles y luchadores.

Entretanto Carmen se hace cada vez más inteligente. Practica el amor libre y sin compromisos. Curiosamente esta Carmen desencantada se dedica a escribir novelas romanticonas. Muchos hombres pasan por sus sábanas. De pronto ella vuelve a escuchar palabras almibaradas. Ayayaiii, entonces como lector ví venir un peligroso final tan feliz como tópico, en el que Carmen vuelve a creer en el amor romántico. Por suerte la autora advirtió también el mismo peligro y lo constata: “Ya se me va la pluma por donde no debe ir. Los personajes adquieren vida propia y no logro controlarlos. Carmen sigue creyendo en fantasías, sueña con el amor, y la tentación es grande de ayudarla a obtener por fin lo que tanto desea, ¿pero para qué serviría? Ésta no es una de las supuestas novelas escritas por Carmen con un final romántico y ridículamente feliz, y en ningún caso terminaré la narración con dos enamorados trémulos, viviendo en un mundo de Bilz y Pap…”

No, hombres y mujeres no estamos hechos para ser felices juntos. Pero la expectativa de serlo nos persigue implacablemente. ¿Qué hacer para separarnos definitivamente? Porque la unión ya no es necesaria ni siquiera para procrear. Nosotros podríamos enviar nuestros espermios y ustedes sus óvulos a un laboratorio y ahí que se junten ellos, mientras nosotros permanecemos a una prudente distancia y así nos evitaríamos tantos malos ratos.

Uno de los primeros teólogos católicos, Orígenes, optó por una solución drástica, la emasculación, o sea se cortó el pirulo, como quien corta una amarra que lo ataba a la mujer. No se si habrá sido una solución eficaz, porque tenemos un pene interior que es mucho más difícil de cortar.

La relación amorosa está llena de suspicacias, simulaciones, manipulaciones y engaños. Tal vez eso derive de que hay un orden patriarcal monolítico, que le teme a la mujer, mujer que en algún momento también aterrorizó al hombre cuando imperaba en el mundo un orden matriarcal. De ahí la creación de los monstruos mitológicos femeninos: las medusas, empusas y gorgonas. Ahora acabamos de construir una. Esta dama que mandó a matar a su cuñado ha pasado a ser la encarnación del mal en la tierra. Pero si la comparamos con Krassnov o con el guatón Romo, es un ángel. Aparece ahora como una nueva versión de la Quintrala, que también es una niña de pecho al lado de la soldadesca española de su época que perpetraba crímenes horribles en la población indígena.

La autora de esta novela construye la figura masculina del seductor que al penetrar en zonas más profundas del mal se convierte en torturador

Todo lo que ocurre a lo largo de este libro conduce a un desenlace muy bien armado. Por una pista muy sutil Carmen llega a desenmascarar a dos seductores - torturadores. Pero, así como la autora no se dejó llevar por la tentación de un romántico final feliz, tampoco cede a la fácil celebración de este descubrimiento de Carmen como un triunfo contra el mal. Este sigue existiendo porque, como lo escribe: “detrás del mal, existe otro mal: el más absoluto … detrás de los verdugos, de los violadores, hay otros hombres. Ésos que conservan las manos limpias y la sonrisa, una gran y extraña sonrisa.”

Tendría que agregar que una de las habilidades que tiene el mal es la de vestirse con las ropas del bien. Esos hombres de extraña sonrisa siempre alegan estar al servicio del bien y capaz que hasta se lo crean. Por eso el mundo es un escenario en el que luchan no el bien contra el mal, sino el bien contra el bien… pero casi siempre sale ganando el mal. Como en esta novela, donde el pequeño triunfo de Carmen es sólo una reivindicación de dignidad femenina y humana. Pero el mal permanece.

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